Me Siento Yo Porque Me Tocas.

12/1/12 0 comentarios
Me Siento Yo Porque Me Tocas

Artículo de C. Nisak publicado en maternage.free.fr y traducido del francés por Red Canguro. Título original: “Ma peau, je me sens moi parce que tu me touches” (1985). 






El Yo-piel, órgano de apego
Por la piel –uno de nuestros primeros órganos sensitivos que empiezan a funcionar y el más extendido en el cuerpo humano- es por donde toma todo el valor el contacto vital instintivo del niño hacia su madre.
El recién nacido conoce a su aliado, su “playa” de amor y de reposo. Conoce mejor que la madre la textura de su carne, los lugares para reconfortarse y la dulzura que esa piel le ofrece, relajada y flexible, o le niega, rígida y dura. Se agarra a esta piel, se cuelga con fuerza o desesperación, porque conoce la “naturaleza” de este contacto (una madre no puede engañar a su hijo sobre sus intenciones si a pesar de gestos aparentemente acogedores no tiene ganas de dar, el niño lo sabrá).
  • Las grabaciones de vídeo realizadas por Bob Wilson de madres ocupándose de sus niños ponen en evidencia que numerosos gestos de la madre durante los cuidados son, en última instancia, gestos muy agresivos de asfixia, de estrangulamiento, o de salvar al bebé al borde de la mesa en el último momento.
  • De un modo más sencillo, James L. Holliday muestra que “las mujeres con ansiedad tienen tendencia cuando sujetan a su bebé a hacerlo de un modo débil o de una manera poco segura, y la inseguridad de la madre será transmitida al bebé”.
  • Esta presencia/ausencia de contacto, su riqueza/pobreza, creará en el lactante la sensación profunda de lleno/vacío, de calor/frío.
  • El niño, el adolescente, el adulto podrá comunicar esta plenitud por medio de su propio calor o buscará siempre el paliar esta carencia, el no sentirse “lleno”.
§ Lowen ha publicado casos de mujeres que, tras haber sufrido de falta de estimulaciones táctiles durante la primera infancia, se habían embarcado más tarde en contactos sexuales promiscuos, en una búsqueda desesperada de contacto entre los cuerpos, siempre frustrada, nunca satisfecha.
  • El Yo-piel, como lo define Didier Anzieu, es la primera etapa para experimentar y conseguir.
§ Es esa totalidad de sensaciones placer-no placer almacenadas por el recién nacido.
§ El Yo-piel es la base y el edificio futuro que le harán un adulto sólido o extremadamente frágil bajo una apariencia de seguridad.
§ Órgano del apego, el Yo-piel liga y separa al recién nacido de su madre. Los tiempos del nexo y de la separación deben ser consumados por el recién nacido con saciedad para que el vacío/lleno no sea asociado a la vida/muerte, sino a la felicidad, la dulzura, la seguridad en tiempos diferentes, en contactos diferentes.
§ La voz de la madre puede bastar para mecer y apaciguar al niño si el punto culminante de contactos, de caricias, ha sido vivido en otros momentos.
§ Los experimentos de Harlow demuestran la importancia del contacto físico entre madre e hijo entre los monos: a algunos bebés monos enjaulados se les ofrecieron dos sustitutos maternos, uno una tela lanuda de la que salía calor, otro una rejilla desnuda. En el primer experimento, el sustituto de tela garantizaba la lactancia, en otro experimento el sustituto mecánico poseía una tetina y dispensaba leche. En ambos grupos, el tiempo pasado junto a la “madre-tela” es el mismo, los animales del segundo experimento se volvían también hacia el sustituto dulce y cálido, ocultando incluso la función de mamar.
Los gestos como integración del Yo
Amantes o distantes, abiertos o cerrados, agradables o penosos de realizar, los gestos cotidianos de la madre respecto a su hijo constelan el mundo de sensaciones del recién nacido de brillo u oscuridad. La integración del yo en el niño depende “esencialmente de la manera, en el tiempo y el espacio, en que su madre le lleva”, subraya Winnicott.
Llevar al niño como a un paquete del que la madre quisiera librarse lo antes posible es precipitar al recién nacido en el sinsentido, desintegrarlo de su Yo-piel.
  • Desde hace algún tiempo y a imitación de las mujeres de Asia o África, las mujeres occidentales han acercado a sus hijos a sus cuerpos llevándolos en la espalda o contra el pecho. Reconciliándose con este gesto natural, las madres salvan poco a poco esa frontera entre los momentos reservados al contacto (tetadas, baños, vestirse, jugar) y los momentos privados de ese contacto para las actividades “sin niño” de la madre.
§ Hay estudios relizados entre los esquimales que demuestran que las actividades espaciales (localización, circulación en el espacio) del niño están estrechamente ligadas a las primeras percepciones en la espalda de la madre.
§ En otro estudio realizado en los pueblos netailic del Ártico canadiense, Boer relata de este modo la relación madre-hijo: “Después del parto, el bebé es colocado sobre la espalda de la madre en el attigi (parka de piel), la madre y su hijo “se hablan” por la piel: cuando tiene hambre, el bebé rasca en la espalda de su madre. Entonces ella se lo pasa delante y le da el pecho. Si la madre lo quita de su espalda es para limpiar sus excrementos y evitarle cualquier incomodidad prolongada. La madre va por delante de las necesidades de su hijo. Por esto, el bebé llora rara vez. Y esto se prolonga hasta los tres años.”
  • Gesto-caricia, gesto-ternura teje la trama del diálogo amoroso madre/hijo.
Los cuidados corporales: personalización del Yo y descubrimiento mutuo
El baño es uno de los momentos importantes del descubrimiento del placer: juegos, salpicaduras, rechazo a salir. Pero por la presencia de un adulto o de otro niño, representa también la experiencia de dos cuerpos que se tocan, se solicitan, se aman en un momento privilegiado.
Y si parece evidente que el recién nacido se reencuentra con la temperatura y el ambiente idílico que conoce bien, ¿no podríamos decir que las estimulaciones sensitivas del baño resucitan para cada uno de nosotros los placeres ocultos del vientre materno y del baño de la más tierna infancia?
Cambiar al niño es un contacto más, entre su interior y su exterior. Lo que el niño produce, su caca, es “su parte” que devuelve a su madre.
  • Si no tiene conciencia del olor de los excrementos, no le produce rechazo.
  • Su madre, por la aceptación o la molestia/asco que puede manifestar, le devuelve al recién nacido el placer o la falta de placer de su cuerpo.
El bebé se sentirá derrotado si su necesidad táctil no es satisfecha, y llorará.
  • Addrich ha demostrado la existencia de una relación constante entre la intensidad y la frecuencia de los llantos y la frecuencia de los cuidados maternos.
  • Algunos bebés siguen llorando, como la experiencia nos ha demostrado cotidianamente, si les hablamos y cesan cuando les tomamos en brazos.
“Se cita el caso de un niño considerado sordo, que movía la cabeza con el sonido de una campanita agitada por el pediatra que lo examinaba. La prueba de que oía estaba ahí. Pero parecía desprovisto de interés por lo humano y no prestaba ninguna atención a los ruidos que podían emitir enfrente de él, y tampoco a sus gestos. Se descubrió que los contactos con su madre estaban reducidos al mínimo, puesto que sólo le cambiaba dos veces al día y su alimentación se realizaba mediante un biberón colgado en su cuna mediante gomas elásticas. El pediatra confió el niño a una enfermera que le prodigó cuidados maternales, le alimentó y le habló. El bebé empezó entonces a sonreír cuando ella se acercaba pero siguió siendo la única persona que atraía su atención por sus movimientos, su voz, su sonrisa. Un día, el pediatra aprovechó un momento en que el bebé estaba tranquilamente instalado en los brazos de la enfermera para acercar su rostro y besar al niño y a la mujer acompañando sus besos de palabras cariñosas. A partir de ese día, el niño reconoció al médico y sonreía cuando se acercaba. Parece ser que es el contacto corporal el que ha llevado al niño a percibir el sonido de su voz. El día en que el niño se sintió rodeado de cuidados atentos y de amor, su interés por el mundo exterior se despertó. Desde entonces ha sido capaz de identificar las señales sensoriales tranquilizadoras.” Enciclopedia de la sexualidad, tomo II.
  • “Masajear al niño es despertar en su cuerpo el bienestar que vivía en el vientre materno, dar rienda suelta a la sed de su piel, de su vientre. Las caricias por la presión de las manos sobre todas las partes de su cuerpo infunden la vida, difunden el amor, destilan las tensiones acumuladas por los llantos, los gritos, el hambre, matan el miedo a lo desconocido que es la nueva realidad”. Frédéric Leboyer, Shantala, Paris, 1970, Seuil




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